lunes, 13 de enero de 2014

LA GRAN BELLEZA

 

Creo que todos estamos de acuerdo en que el arte es recepción en un porcentaje bastante elevado. Un autor crea una obra con una intención, un contenido y un significado que no todos recibimos igual ya que influyen las personalidades, los gustos, las querencias pero también los estados anímicos puntuales, las experiencias vividas o incluso, en el caso del cine, el nivel de sueño con el que nos sentamos en la butaca.

Siempre me ha gustado la anécdota del globo verde que se cruza delante del coche de los Reservoir dogs cuando huyen de la policía que les persigue tras el atraco. La realidad es que en una de las naves próximas al set de rodaje de la película, el hijo de uno de los productores celebraba su cumpleaños y el globo verde se le escapó. Cuando el cámara quiso repetir la escena, Tarantino le dijo que lo dejara porque seguramente algún crítico sesudo vería un significado especial en ese detalle. No recuerdo si fue el del New York Times o el del Washington Post, pero un periodista alabó el detalle del globo que se veía durante la huida pues el color verde simbolizaba la esperanza de libertad que los atracadores buscaban durante la fuga.

Digo todo esto porque tras ver “La gran belleza” me voy con la sensación de que me han tomado un poco el pelo. No dudo de las grandes dotes artísticas de Sorrentino; reconozco una estética preciosista, una puesta en escena que llama verdaderamente la atención y una admirable intención crítica de casi todos los estamentos de la burguesía italiana. Pero lo que podría haberse adornado con unas pinceladas de surrealismo se diluye bajo una torrencial lluvia de lo absurdo que satura y acaba por engullir la esencia de lo que nos quiere contar.

Hay quien no puede con el cine de terror, hay quien no soporta la violencia tarantiniana, hay quien aborrece el cine palomitero, pero ello no impedirá reconocer los valores y la calidad de cada estilo. A mí me cansan mucho las sobredosis de surrealismo y mis sentidos quedan bloqueados de manera que de nada me sirve el virtuosismo visual, la gran interpretación de Toni Servillo, la excelente banda sonora de Lele Marchitelli o el aclamado homenaje al cine italiano del siglo pasado que, por otra parte, tampoco es mi preferido.
 
Durante diferentes momentos me sentí como cuando hace un año Leos Carax nos presentó su "Holy Motors" no solo por los paralelismos estético-conceptuales de ambas películas, sino sobre todo porque creo que son dos ejemplos claros de lo que la mayor parte del público define como cine especial mientras con los dedos hace ese aborrecible entrecomillado gestual que tan de moda se ha puesto en los últimos años.

sábado, 4 de enero de 2014

A PROPOSITO DE LLEWYN DAVIS


Una de las discusiones más frecuentes con nuestros hijos pequeños la provoca su poca disposición a probar sabores nuevos. Todos sabemos lo complicado que es introducir en su menú diario algo diferente a las pizzas, las hamburguesas y la coca cola con patatas fritas. No obstante vamos consiguiendo ampliar esa variedad culinaria aunque es habitual tropezarse cuando llegamos al pescado. Nos esforzamos en cocinarlo de la mejor manera posible, con condimentos y guarniciones que resulten apetecibles, pero aunque se lo acaben comiendo, la cara de disgusto permanece ahí. Con mi hija, la incondicional de Mario Casas, discutí el otro día por este hecho. Yo le argumentaba que era merluza fresca de primera, guisada al horno con una salsa verde que la mantuvo jugosa y que además acompañada de unos ricos mejillones la convertía en un plato cinco estrellas. Y ella me contestaba que sí, que sí. Que estaba de acuerdo en que le ofrecía los mejores ingredientes, pero que por mucho que me empeñara el resultado final no le satisfacía.

Resulta que ayer voy al cine a ver el nuevo trabajo de los Coen y entendí lo que me dijo mi hija al respecto del pescado. Partamos de la base de que a mí los Coen me entusiasman. Podría nombrar todas, pero "Quemar después de leer", "Fargo", "Arizona baby", "O brother", "El gran Lebowski", son obras maestras del cine. Me parecen unos escritores soberbios cuyas historias entretienen, resultan interesantes y te atrapan desde el inicio. Saben rodearse de un equipo técnico que interpreta a la perfección sus deseos y demuestran una gran inteligencia a la hora de realizar los castings para sus películas, seleccionando a una serie de magníficos actores a los que dirigen de maravilla.

En "A propósito de Llewyn Davis", como en la jugosa merluza al horno, se juntan unos excelentes ingredientes. Para empezar los líderes son los hermanos Coen de los que ya he hablado en el párrafo anterior. Oscar Isaac, Carey Mulligan, Justin Timberlake y John Goodman, son unos geniales actores y no he citado a la totalidad del reparto. La historia nos cuenta unos días en la vida de un cantante de folk que malvive aprovechándose de sus amistades, lo cual no deja de resultar interesante. La banda sonora comprende buenos temas que cuanto más valores este tipo de música, más apreciarás. Pero algo falla. Este pescado al horno con salsa verde y mejillones me lo como porque está rico, pero el conjunto no responde a la calidad de los ingredientes. No sé si será porque la historia no es suya, no sé si será porque me parece que se desaprovecha a unos personajes secundarios que podrían haber resultado sublimes, no sé si será porque me parece que esta película de los Coen es la menos Coen de sus películas, pero el hecho es que siendo una cinta con ingredientes para sobresaliente, a mí no me llega ni al notable.