
Creo que todos estamos de acuerdo en que el arte es
recepción en un porcentaje bastante elevado. Un autor crea una obra con una
intención, un contenido y un significado que no todos recibimos igual ya que
influyen las personalidades, los gustos, las querencias pero también los
estados anímicos puntuales, las experiencias vividas o incluso, en el caso del
cine, el nivel de sueño con el que nos sentamos en la butaca.
Siempre me ha gustado la anécdota del globo verde que se
cruza delante del coche de los Reservoir dogs cuando huyen de la policía que
les persigue tras el atraco. La realidad es que en una de las naves próximas al
set de rodaje de la película, el hijo de uno de los productores celebraba su
cumpleaños y el globo verde se le escapó. Cuando el cámara quiso repetir la
escena, Tarantino le dijo que lo dejara porque seguramente algún crítico sesudo
vería un significado especial en ese detalle. No recuerdo si fue el del New
York Times o el del Washington Post, pero un periodista alabó el detalle del
globo que se veía durante la huida pues el color verde simbolizaba la esperanza
de libertad que los atracadores buscaban durante la fuga.
Digo todo esto porque tras ver “La gran belleza” me voy con
la sensación de que me han tomado un poco el pelo. No dudo de las grandes dotes
artísticas de Sorrentino; reconozco una estética preciosista, una puesta en
escena que llama verdaderamente la atención y una admirable intención crítica
de casi todos los estamentos de la burguesía italiana. Pero lo que podría
haberse adornado con unas pinceladas de surrealismo se diluye bajo una
torrencial lluvia de lo absurdo que satura y acaba por engullir la esencia de
lo que nos quiere contar.
Hay quien no puede con el cine de terror, hay quien no
soporta la violencia tarantiniana, hay quien aborrece el cine palomitero, pero
ello no impedirá reconocer los valores y la calidad de cada estilo. A mí me
cansan mucho las sobredosis de surrealismo y mis sentidos quedan bloqueados de
manera que de nada me sirve el virtuosismo visual, la gran interpretación de
Toni Servillo, la excelente banda sonora de Lele Marchitelli o el aclamado
homenaje al cine italiano del siglo pasado que, por otra parte, tampoco es mi
preferido.
Durante diferentes momentos me sentí como cuando hace un año Leos Carax nos presentó su "Holy Motors" no solo por los paralelismos estético-conceptuales de ambas películas, sino sobre todo porque creo que son dos ejemplos claros de lo que la mayor parte del público define como cine especial mientras con los dedos hace ese aborrecible entrecomillado gestual que tan de moda se ha puesto en los últimos años.
Mi padre fue a verla hace pocos días y ruega encarecidamente que alguien se la explique. Yo no la he visto, ni falta que hace, me parece, pero creo que, lo expresas con otras palabras, pero también estas preguntando que de qué coño va esta película...
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