martes, 25 de febrero de 2014

EL SONIDO DEL ASCENSOR

 
Se abrió la puerta del ascensor y una vez más sentí pánico recordando las noches de hace 30 años en las que mi padre, borracho y fuera de sí, llegaba a casa.
 
Hasta donde alcanza mi memoria siempre fue así. Los primeros recuerdos me llevan hasta el sofá, donde asustadas, nos abrazábamos a mi madre mi hermana y yo, buscando un refugio que no siempre nos pudo dar. Por eso empezamos a acostarnos muy pronto y por eso la mayoría de los recuerdos son sonoros. Escondida tras la oscuridad protectora de mi habitación y enterrada bajo las sábanas,  escuchaba las súplicas iniciales de mi madre, los reproches ininteligibles de mi padre, los gritos de ambos y por fin el silencio, únicamente roto por el chasquido que resuena al estampar un puño o una mano abierta y que se repetía hasta que mi madre perdía el conocimiento o mi padre las ganas de continuar.
Desde que se escuchaba el ascensor hasta que veíamos su rostro las tres nos estremecíamos y aguantábamos la respiración mientras rezábamos en silencio para que la dosis de alcohol no lo hubiera transformado. Cuando estaba sereno o un poco chisposo mi padre era una delicia: cariñoso, divertido, ocurrente y dedicado. Nos contaba cuentos, gastaba bromas que nos hacían llorar de risa, nos arropaba y nos decía que nos quería mucho al tiempo que nos daba un beso de buenas noches. Pero cuando se pasaba de la raya se convertía en un animal y daba la impresión de que mi hermana y yo ni existíamos para él. Su borracha mirada perdida parecía centrarse en mi madre y la buscaba como la mirilla de un cazador a su presa. Hasta que la encontraba y le pegaba una paliza que llenaba de moratones su cuerpo y nuestra alma.
 
Jamás escuché a mi madre quejarse el día después. A pesar de pasearse por el salón con gafas oscuras o cojeando visiblemente, nunca le reprendió estando nosotras delante. Siempre se comportó como una esposa entregada y si en alguna ocasión le preguntábamos algo a escondidas, nos contestaba con evasivas o justificando esa actitud.
 
Pero un día mi padre llegó con la cara ensangrentada. Escapé corriendo a mi refugio desde donde asistí al ritual de cada noche. Mi madre dejó de resistirse tras lo que me pareció una interminable tunda de golpes, pero aquella vez mi padre no se había saciado. Sus pasos sonaron como si buscara otro objetivo sobre el que descargar su furia y sentí como entraba en el cuarto de mi hermana que, en seguida, rompió a llorar aterrada. El blasfemaba y le ordenaba que se callase. Entre gritos y sollozos pude distinguir alguna bofetada, el característico ruido que hace la ropa al rasgarse y por último un gemido ahogado que equivocadamente creí que había surgido de lo más profundo de mi hermana.
 
Escuché a mi madre llamar por teléfono y a los pocos minutos varias sirenas aparcaron en la calle. Nadie entró a mi cuarto esa noche y desde que se hizo el silencio en casa hasta que concilié el sueño debieron pasar varias horas.
 
En el desayuno estábamos solas las tres. Mientras mi hermana no apartaba los ojos de su intacto tazón de leche, mi madre explicó que el papá había tenido un accidente y que estaba tan malito que tendría que vivir mucho tiempo en un hospital. Durante los siguientes 20 años, a pesar de ser un vegetal, fui de vez en cuando  a visitarle con mi madre. Mi hermana no.
 
Murió hace más de cuatro años, pero todavía me acuerdo de él. He tratado de soterrar determinadas imágenes y cuando pienso en sus bromas, en sus caricias y en sus cuentos sonrío sin que nadie me vea. Pero escucho el ascensor deteniéndose en mi planta y todavía me estremezco a pesar de que mi marido, cómplice y protector me rodea con sus brazos.

lunes, 24 de febrero de 2014

domingo, 16 de febrero de 2014

viernes, 14 de febrero de 2014

UNA ESTRELLA NO CINEMATOGRAFICA


 
 
 
La idea original de este blog era hablar de futbol, cine y literatura desde un punto de vista muy particular, compartiendo sentimientos personales y sensaciones íntimas porque al fin y al cabo los lectores se presuponen amigos y conocidos a los que no me importa mostrar mi alma desnuda. Luego han sido la querencia, los hábitos y el entorno los que han conducido el contenido fundamentalmente hacia el terreno cinematográfico. Pero eso no quita para que, en ocasiones señaladas, reconduzca estas líneas y regrese momentáneamente al cometido inicial.

Hoy es una de esas ocasiones. Es 14 de febrero. Es el primer cumpleaños de mi tía Pilarín sin ella. Nos dejó hace pocos meses y es de esas ausencias que te dejan un vacío especial porque ella era muy especial como demuestran un par de anécdotas que quiero compartir.

La primera sucedió unos meses antes de casarme. Acompañado de la que entonces era mi novia y de su madre, fui al piso de San Pedro Nolasco para que conocieran a la famosa Tía Pilarín de la que tanto les había hablado. Después de tomar un café y de charlar durante un par de horas que sirvieron de presentación familiar nos dispusimos a marcharnos. La tía nos acompañó hasta la puerta del ascensor y casi cuando se estaban cerrando las puertas le dijo todo seria a mi futura suegra: “!Anda! ¡Qué morro vais a poner con este chiquillo!”. De estas hubo muchas porque mi tía Pilarín era graciosa, divertida, con un humor muy especial que no todo el mundo le pillaba. Pero daba gusto estar a su lado. Te hacía sentir muy bien y eso le hacía ser una compañía deseada por todos.

La segunda pasó a principios de 1995 cuando la empresa para la que yo trabajaba entonces decidió despedir a las 4 personas que formábamos la plantilla. En un principio yo estaba tranquilo, seguramente porque mi ingenuidad no me dejaba ser consciente de lo grave que podía llegar a ser esa situación. Una tarde fui con mis padres a ver a mi tía y a mis primas y, en un momento dado se las ingenió para quedarse a solas conmigo en el balcón que daba a la plaza. “¿Qué tal estás, prenda?” me preguntó con un gesto sombrío y preocupado que había permanecido oculto toda la tarde. “¿Qué vas a hacer ahora?”. Comprobé que estaba más preocupada que yo e intenté tranquilizarla contándole que tenía previsto aprovechar los meses de paro para acabar la carrera y dar clases de tenis por la tarde; que en principio no iba a tener problemas y que iba a tratar de sacar partido de la situación. Creo que la convencí porque todos los nervios que había escondido hasta entonces estallaron en forma de lágrimas y sollozos y entrecortadamente me juró que mientras ella viviera yo no pasaría apuros. Mi tía Pilarín era una persona muy generosa, desprendida y protectora con los suyos. Y con un corazón que no le cabía en el pecho.

En este blog es habitual que os hable de actores y directores que brillan por el extraordinario legado artístico que nos dejan. Permitidme que hoy haya rendido homenaje a otro tipo de estrella. A una mujer a la que he querido como quizás no fui capaz de demostrarle. A toda una señora que ha dejado un legado más valioso que las joyas cinematográficas de las que suelo hablar. Ha dejado a mis dos maravillosas primas y sus cuatro estupendos nietos. No hay “Cantando bajo la lluvia”, “Pulp fiction” ni “¡Qué bello es vivir!” que mejore ese reparto.

 

lunes, 10 de febrero de 2014

EL LOBO DE WALL STREET



El pasado día 8 de febrero un sobrino cumplió 20 años (14 mentales) y me comentó que por qué no había hecho ningún comentario sobre “El lobo de Wall Street”. Lo cierto es que se trata de una película magnífica que vi hace semanas, pero que Alfonso Asín ya comentó de maravilla en su blog habladecine.com y tal y como me sucede en otras ocasiones, no me apetecía nada repetir lo que ya está dicho y muy bien dicho. Sin embargo, ante una petición tan directa como la de Juan (con lo pesado que es, si no hago una reseña sobre esta película me dará la brasa toda su vida) y dado que ya ha pasado casi un mes desde su estreno, me voy a atrever a comentarla sin otro ánimo que matizar la crítica con el paso del tiempo y el poso que queda tras él.

Creo que el mejor resumen que se puede hacer de esta película es compararla con un viaje en la Aerosmith Roller Coaster, la vertiginosa montaña rusa a la que el famoso grupo de rock da nombre en Eurodisney (parecida al Furius Baco de Port Aventura). Te montas, te atas con los arneses de rigor y con el primer alarido de Steve Tyler pasas de 0 a 100 en tres segundos para comenzar una sucesión de giros, loopings, caídas imposibles, rizos y nudos que hacen que te sientas como un maravilloso muñeco con el que la atracción se ceba haciéndole disfrutar de lo lindo, todo ello con un tema del grupo taladrándote los oídos.

Martin Scorsese, uno de los mejores directores de la historia del cine (Taxi driver, Toro Salvaje, Casino, Uno de los nuestros y tantas otras) consigue con “El lobo de Wall Street” provocarnos lo mismo a nivel audiovisual narrando el nacimiento, auge y caída de un bróker que, aunque parezca mentira por las barbaridades que ves en pantalla, está basado en una historia real.

Los elementos que rodean la vida de este exitoso individuo recogen todos los vicios imaginables: sexo, drogas, corrupción, despilfarro, alcohol, mentiras, en definitiva excesos por doquier que ayudan a que Scorsese, con su excelente manejo de cámara imprima un ritmo frenético a la historia y te mantenga durante las tres horas de metraje atenazado en la butaca.

Otro de los aciertos de este brillante film está en el reparto. Leonardo di Caprio realiza una actuación sobresaliente, demostrando que es un actor que parece no tener límites, pero no es el único. A su lado está el omnipresente Matthew McConaughey con quien comparte una única escena que vale su peso en oro, Jonah Hill que sabe alternar agradables comedias desenfadadas y sin pretensiones con trabajos de enorme calidad como este que le ha proporcionado su segunda nominación al Oscar, Rob Reiner cuyos diálogos merece la pena grabar y repetir hasta la saciedad, Margot Robbie con la que seguro que mi sobrino ha soñado alguna que otra noche, Kyle Chandler dando vida al reverso luminoso de Di Caprio y convirtiéndose en el representante de todos los que vivimos una normalidad alejada del desenfreno permanente de este antihéroe que es Jordan Belfour, y algún otro que no menciono por no hacerme interminable.

En definitiva, Juan. Que no me extraña que te encantara esta película en la que inmersos en semejante vorágine, apenas se nota que se bate el record mundial del empleo de la palabra “fuck”. Un mes después todavía tengo grabadas en mi memoria muchas escenas, diálogos y situaciones que presiento que pasarán a la historia (ahora ya es tarde, pero cuando cumplas los 21 trataré de prepararte una fiesta sorpresa como la del yate). Y ya que he mencionado la crítica de Alfonso en habladecine, (haz el favor de leerla ahora mismo)  seguro que me permite que cierre este comentario copiando un poco de su talento y es que me lo pasé tan bien durante su visionado, disfruté tanto durante las tres horas de duración que “no quiero olvidarla, no debo olvidarla, no puedo olvidarla”